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miércoles, 2 de junio de 2010

Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?


El vuelo de una mariquita le sorprendió mirando al cielo con semblante serio.

Cuando su madre lo parió, salió con una bolita roja en la nariz y los pulgares levantados, como diciendo: "TACHÁÁÁÁÁN!! Todo está bien, sonreid!"

Se sentía payaso desde que nació y sólo quería hacer feliz a las personas que tenía alrededor. Él pensaba que las penas, con sonrisas y carcajadas se quitaban o ni siquiera llegaban a asomarse a tu vida. Y era verdad porque ya estaba cerca de la treintena y nunca había dejado de sonreir.

En realidad tenía una táctica. Cuando tenía un problema o un dolor grande (como no se podía permitir estar triste), lo escondía tan dentro de sí mismo que lo perdía y se le olvidaba y, el dolor, harto de no poder hacerle daño se esfumaba y no volvía aparecer.


Desde pequeñito se había dedicado a hacer feliz a los demás: a sus compañeros de colegio, a sus amigos, a los padres de sus amigos, a sus profesores (a éstos últimos, en un principio, no les hacía mucha gracia su indumentaria de payaso, aunque hicieron la vista gorda porque comprendieron que era necesaria e indispensable para llevar a cabo su labor social).


Cazó aquella mariquita y le preguntó:

-¿no estás cansanda de ser mariquita?
- Nací mariquita y moriré mariquita- le contestó muy orgullosa y malhumorada mientras se arreglaba el pañuelo que llevaba al cuello (ya se sabe como son las mariquitas de maltomadas, hay que saber llevarlas...).



Una sonrisa sorprendió a su rostro y una carcajada le sobrevino. Él era payaso de alma y de corazón y siempre lo sería.

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