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martes, 31 de agosto de 2010

El primer café


Llegaba muy tarde. Corría bajo la lluvia descalza, con los zapatos en la mano. Su abrigo estaba completamente empapado y sus pies irrumpían en la tranquilidad de los charcos de una de las calles más oscuras de la ciudad, salpicando sus piernas con cada paso.

Por fín vió el cartel de la cafetería. Se paró en un portal para calzarse e intentar recomponerse un poco. Era una misión imposible ya que su cabello estaba tan mojado y despeinado que parecía recién salida de un film de terror. Qué más da- pensó mientras se recogía el pelo en un moño - ¡ya estoy aquí!.

Entró. El ambiente cargado de humo y la tímida luz del local no le dejaban vislumbrar si él había llegado.

De pronto le vió. Sentado al fondo del bar, en una pequeña mesa, leyendo un libro. Así habían acordado que se encontrarían. El libro sería la señal.

Él no se había percatado de su entrada, por lo que se acercó pausadamente para aprovechar para observarlo en la distancia. Era muy atractivo. Su pelo, bastante largo, rozaba sus mejillas mientras que, con elegancia y firmeza, sujetaba el libro. - Hermosas manos... - pensó.

- ¿No eres un poco mayor para leer cómics?- preguntó ella con tono sarcástico.

Él levantó la cabeza sorprendido por el aspecto de la mujer que tenía ante sus ojos. Tenía unos ojos oscuros enormes y muy expresivos. Estaba empapada, lo que le enterneció. Sonrió.

- ¿Y tú siempre llegas tarde a tus primeras citas?.
- Sólo si son importantes - ambos rieron.

Charlaron durante lo que pudieron ser horas. Él se fijaba en sus gestos, en como movía sus manos mientras hablaba, en su forma de jugar con los mechones sueltos de su pelo. Ella observaba sus ojos color miel, le ponía nerviosa que le mirase tan fijamente pero al mismo tiempo le agradaba.

Y llegó la despedida. Se dijeron hasta pronto. Él le dijo que la llamaría.

- Me encanta- pensó ella aún con una sonrisa en sus labios.

Se marcharon caminando en direcciones opuestas. Él se giro para verla caminar por última vez, lo hacía de una forma muy especial. Era una chica diferente.

viernes, 27 de agosto de 2010

¿quién no ha sufrido por amor?


¿Por qué duele tanto sufrir por amor?

Es un dolor tan profundo, focalizado en la boca del estómago, en el corazón, en el pecho... tan carnal, tan de las entrañas y tan continuo que parece imposible sobrevivir a él.

Si tan sólo se presentase como un dolor de muelas, de cabeza, una gripe.. sabrías que tomar para mitigarlo pero, ¿qué se hace cuándo se sufre por alguien? Un simple frenadol no acaba con ello.

Sara se levantó aquella mañana, después de no pegar ojo en toda la noche y, aún medio dormida, se preparó un café. Se sentó a tomarlo y mientras lo revolvía, haciendo sonar la cucharilla suavemente contra el vaso, sus ojos se humedecieron en un instante. La incertidumbre estaba acabando con ella. Rompió a llorar. No sabía que hacer para poder volver a recuperarlo porque tampoco sabía muy bien por qué lo había perdido.

A veces se iba de casa, no sabía a donde... pero siempre regresaba y, a ella, eso le valía. Saber que siempre volvería a ella pasase lo que pasase, la tranquilizaba. Pero esta vez era diferente. Tenía tan mal presentimiento... era diferente a otras veces. El sufrimiento no la dejaba vivir, no era capaz de desconectar. Todo aquello que tenía a su alrededor le recordaba a él. Su casa estaba empapelada con sus fotos, sus recuerdos. Sentía que le faltaba el aire, se ahogaba.

Comenzó a respirar hondo e intentó imaginar una vida sin él. Pronto se quitó ese pensamiento de la cabeza. No quería una vida sin él. Para ella lo era todo y él, en el fondo lo sabía.

Intentó animarse, se dijo a sí misma que todo se arreglaría. Pensó en todos los buenos momentos que habían vivido juntos, también en los malos. Pero de pronto el miedo la invadió de nuevo. ¿Y si no era así? ¿ y si nada volvía a ser como antes?. Le echaba tanto de menos.

De pronto escuchó un ruido fuera. Se apresuró a abrir la puerta.

Allí estaba, como si el tiempo no hubiese pasado.

- ¡¡Sabía que volverías!!- gritó.

Se arrodilló para abrazarlo.

Le puso la correa y le susurró:

- Ahora sí que no te me escapas.